sábado, 29 de septiembre de 2007

"Hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen..." (Camilo José Cela)

Dicen que quien no estudia su historia está condenado a repetirla, creo que éste es uno de los tantos desafíos que afrontan los pueblos americanos, sobre todo teniendo en cuenta que se atraviesan momentos políticos y sociales que demandan imperiosamente que aprendamos de nuestros errores y nos aferremos a los aciertos del pasado, para forjar a partir de ello, los horizontes de la tan ansiada "unidad americana".

Dos momentos históricos cruciales para nuestra población nativa, fueron, por un lado, el descubrimiento, colonización y conquista de América, que da inicio a lo que algunos autores consideran como “la primera globalización”, que abrió las fronteras culturales de nuestro continente iniciando un proceso de transculturización que va a dejar huellas indelebles en los destinos de nuestros aborígenes.

En segundo término, los procesos de emancipación nacional durante el siglo XIX; una vez más, como en tantos aspectos, existieron diferencias y similitudes en los procesos históricos de cada país; pero a pesar de ello, un denominador común fue la conformación de una burguesía nacional criolla y su acceso al poder, proceso que sería profundizado a partir de la conformación y consolidación de los estados nacionales.

Observamos durante este período una confluencia de factores políticos, culturales, económicos y sociales (internos y externos), que van a dar forma a la “América moderna”, en donde la “barbarie” dará lugar a la “civilización”, que desconocerá paulatinamente la preexistencia étnica y cultural de los pueblos nativos.

Facundo D. Aquilini



TRABAJO PRÁCTICO N° 1
Pontificia Universidad Católica Argentina
Lic. en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales

Cátedra: Historia Política de América.


Desarrollo

1. Introducción.

El siglo XVIII es testigo de la disolución del yugo que mantenía unidas a las colonias americanas con sus respectivas metrópolis.

Las emancipaciones no son otra cosa que la derivación de un esquema de dominación desgastado y en plena decadencia, en contraste con un modelo emergente que se consolida progresivamente a partir de la revolución científica, del desarrollo del racionalismo, del deterioro de la iglesia, de un giro copernicano filosófico y del utilitarismo económico y político. El mundo estaba cambiando porque Europa cambiaba, y en el escenario americano, los nuevos equilibrios de poder obedecen a ello.

A diferencia de Europa, donde la “idea nacional” es precedente al Estado moderno y sirve como sustrato del mismo, en América, emerge a priori una determinada organización política cuyo principal objetivo era deshacer el poder de los nobles feudales para dárselo a los ciudadanos comunes –dominados económicamente por comerciantes e industriales–. De esta manera se reinventó el concepto de democracia: se pretendía la libertad (para comerciar), igualdad (para deshacer las jerarquías feudales), y la fraternidad (para formar naciones homogéneas). En el campo del saber, la Ilustración impuso el espíritu científico (para desarrollar los inventos y la industria europea) y el explorador (para desplegar el comercio).

Estamos en presencia del ocaso de un proceso que comienza en el momento mismo en que los europeos pisan tierras americanas. A continuación, expondremos brevemente algunas de sus características.

2. Contexto interno.

a. Sociedad y Política.

En la mayor parte de los países hispanoamericanos, la independencia es obra de una élite (criollos y mestizos claros), quienes comienzan a tomar conciencia de su cultura e identidad, y a partir de entonces se produce una progresiva “diferenciación” cultural entre ellos y los peninsulares, que va a manifestarse en aspectos políticos y económicos.

Los criollos establecen una escala étnica de valores sociales para hacer frente a las poblaciones de color dominadas. De esta manera, se edifica un complejo psicosocial que coloca por encima de ellos a los europeos. Esta situación se desprende de una gran reivindicación criolla, de las variaciones en el flujo migratorio y del bajo nivel de emigración femenina, entre otros factores. Por ello, encontramos afirmaciones evidentemente contradictorias en las pretensiones criollas.

Los procesos de México y Haití se asemejan por que fueron levantamientos de las castas inferiores (bajo la imagen de la Virgen de Guadalupe se encontraban indígenas y mestizos, mientras que en el país del sur se produce la rebelión más grande de esclavos en la historia de América), en ambos casos esos levantamientos tenían como objetivo mejorar la precaria situación social de esos estratos.

Aunque la revolución haitiana simbolizó la posibilidad de eliminar la esclavitud, paradójicamente retrasó la independencia en las otras islas del Caribe, donde la élite criolla decidió permanecer fiel a la Corona para evitar la revuelta social. Lo mismo ocurre también en México, donde se produce un endurecimiento de la burguesía local, que permaneció fiel a España hasta 1821.

Por otro lado, las élites sudamericanas decidieron aceptar la independencia para evitar las reformas liberales que comenzaron en España en 1820 y que ponían en peligro los privilegios de los criollos. Así, la independencia política no implicó una reforma social sino, por el contrario, una manera de continuar la dominación de la élite local.

Las diversas compañías religiosas, que eran los principales sostenedores de la Contra Reforma, en principio fueron enviadas a nuestras tierras con el cometido de cristianizar a los bárbaros (que era una manera de “europeizar” a los nativos); en una segunda etapa, se avocaron a la protección jurídica de los pueblos indígenas, y aunque esta actividad favoreció a una “humanización” de la conquista (formalmente hablando), en la práctica, tales normas no eran acatadas. Es así como el nativo, además de perder sus tierras, identidad y cultura, integra las castas de menor estatus.

Recordamos que sólo en algunos lugares del continente se van a alzar contra el poder criollo, lo cual es otro de los factores que desencadenan procesos separatistas.

La Compañía de Jesús es expulsada de los dominios portugueses en 1759 y de la América española en 1767, y en el exilio realizaron una labor de abierta oposición al régimen absolutista (éstos gestos son una clara representación del cambio de una mentalidad teocéntrica a una visión más humanista del mundo).

Otro sector de la sociedad colonial era el de los esclavos africanos, quienes ocupan el lugar de los indígenas en las actividades extractivas por ser más productivos debido a sus características físicas y a su propensión al trabajo intensivo.

En términos generales, aunque su origen era diverso, los esclavos provenían de culturas muy primitivas, poco desarrolladas, ricas en simbología y contacto con la naturaleza, y con un planteo religioso claramente animista. Ciertamente, la asimilación de estos hombres a la cultura de corte europeo que imperaba en las colonias americanas (y en la que fueron violentamente insertados) no se desarrolló de modo uniforme en cuanto a formas y tiempos en todas las regiones de las extensas colonias portuguesas, inglesas y españolas, así como en la isla bajo dominación francesa.

Como norma general, en las zonas dominadas por los británicos, holandeses y galos, los africanos fueron generalmente asimilando de modo progresivo la cultura europea y perdiendo la africana, adhiriendo paulatinamente a un cristianismo de origen predominantemente protestante (en Estados Unidos, los esclavos se incorporaron mayoritariamente a la Iglesia Bautista). Como excepción a este proceso aparece el caso de Haití, donde nació el vudú.

En las regiones de dominio español, la incorporación cultural de los esclavos que llegaban (que además eran numéricamente menos ya que las Leyes de Indias no admitían la esclavitud, que por lo tanto se daba de modo clandestino y marginal) se dio a través del mestizaje racial, acompañado en general por la incorporación a la Iglesia Católica.

El área bajo dominación portuguesa presentó en cambio una realidad diversa, ya que allí, aunque hubo una incorporación relativa de los esclavos, los africanos lograron mantener algunos componentes propios de su cultura de origen aunque mezclados con elementos occidentales que hacen que se dificulte en muchos casos la identificación de los símbolos originales. Este proceso de conciliación de doctrinas diferentes para dar lugar a un sistema nuevo que toma elementos de distintas fuentes, es denominado "sincretismo".

Los orígenes de la revolución norteamericana de 1776, también hacían referencia a una confrontación de intereses entre colonos y autoridades europeas, vinculada con la pretensión monopólica y con la distribución de cargas impositivas. Casualmente, esta actividad fiscal pro defensione, llevada adelante tanto por Inglaterra como por los países ibéricos (al igual que las técnicas de elección y deliberación en asambleas), son consecuencia directa de la estrecha relación entre la idea de “patriotismo” y “nación” como causas materiales del Estado en Europa. Sin embargo, el proceso político que se estaba construyendo al oeste del Atlántico, obedecía a otras causas e intereses, y este tipo de medidas tomadas en las metrópolis entorpecía dicho proceso. En América no existía el sentimiento de pertenencia del cual se valían las autoridades europeas para la aplicación efectiva de tales medidas.

Los colonos invocan a los derechos naturales (fundamentales para sus empresas particulares y su posterior consolidación política). Introducen también, la idea original de ser representados en el Parlamento inglés (no taxation without representation); aunque una de las principales diferencias con los países del sur, radica en el respeto universal a la Constitución de la metrópoli, y además, a la tradición puritana se une la de la libertad personal del common law, así como el hábito del self government.

En 1787 se redacta la Constitución federal, que sirve a posteriori como modelo inspirador de las sucesivas constituciones americanas, no solo desde el punto de vista de la arquitectura del poder, sino también (y fundamentalmente), por su contenido axiológico. De esta manera, la burguesía local, accede al control del poder político, concretando así un paso extremadamente importante para materializar una verdadera independencia y autonomía.

b. Ideas.

Haciendo referencia al basamento ideológico de estos procesos emancipadores, decimos que la participación de América en las “Luces” es desigual; fundamentalmente por los bajos niveles medios de erudición a causa de las enormes distancias y al escaso bagaje cultural de los inmigrantes.

Esta participación es directa y profunda en el virreinato del Río del a Plata y en Chile, la posición de México es ambigua. Recién para fines del siglo XVIII, los criollos educados en varias universidades de México, Buenos Aires, Lima, Caracas y Bogotá, comenzaron a aplicar las ideas de la Ilustración francesa para reflexionar sobre los caminos colectivos que deberían implementarse en América. Los esfuerzos por organizar naciones independientes de España durante todo el siglo XIX estuvieron orientados según estas ideas, que buscaban establecer modelos de origen francés e inglés dentro de las condiciones geográficas y demográficas propias de los nuevos países.

Más tarde, los modelos evolucionistas y positivistas se cultivaron con gran intensidad en México, Brasil y Chile, paralelamente a un proceso de modernización económica y social basado en la dependencia de un producto de exportación para el consumo europeo.

EE.UU. posee distintas raíces ideológicas, en este caso es importante el aporte del utilitarismo inglés de la mano de Jeremmy Bentham, de la filosofía del poder (representada por Hamilton), de John Locke (fundamental en la elaboración de la Bill of Rights), y de las ideas del Enciclopedismo (Touchard recuerda el abrazo entre Voltaire y Franklin en la Academia de Ciencias). Además, también contaría con prolíficos referentes locales como el propio “Sócrates de América”, Thomas Paine y Hamilton, entre otros.

c. Aspectos Económicos.

La oposición al monopolio en Hispanoamérica es tomada del esquema de las colonias norteamericanas, es más ficción que realidad, dado que para finales de siglo el mismo ya no tenía idénticas características que durante la “primera conquista”. El monopolio existe y se ejerce en beneficio exclusivo de los europeos hasta 1580, y desde el complejo portuario de Sevilla. A fines del siglo XVIII, se aprecia un aumento de los volúmenes de intercambio, de esta manera, la actividad monopolística crece más rápido y ello beneficia a los grupos de comerciantes criollos.

Las colonias hispanoamericanas ampliaron las relaciones económicas entre ellas, lo que les permitió incrementar su propio producto, que empleaban en administración, defensa y en patrones de inversión. Se produce una transición, de una economía agraria de subsistencia, a una de base más variada, reorientada a la agricultura y ganadería. Este es otro factor que va a ser funcional al incremento de poder de la élite criolla, la gran propiedad territorial favorece a una creciente autogestión e independencia económica de las metrópolis.

En el caso de España, los Borbones aplican una serie de reformas en sus colonias, con el cometido de establecer y fortalecer un control burocrático y un control económico; cuyos objetivos eran: recuperar el control político en América y debilitar a los extranjeros, destruyendo la autosuficiencia criolla.

Se establecen mecanismos para incrementar el ingreso imperial; ésta situación despierta fervientes oposiciones en las colonias, donde se produce una resistencia a la tributación similar a la despertada por los colonos norteamericanos años antes. De todos modos, es pertinente mencionar que las características de estos procesos son dispares en otros aspectos: en los casos de los dominios españoles, las reacciones eran revolucionarias, ya que se pretendía el cambio del régimen y la autosuficiencia, en el caso de Brasil se presenta una continuidad de la dinastía monárquica que permitió su posterior unificación; además, la “internalización de la metrópoli”, concluye con un cambio substancial en el régimen de comercio exterior impuesto al país. Consecuencia de ello, se abre a un comercio directo con el mundo. De todos modos, posteriormente se priorizan los intercambios con Inglaterra, quien tutela el territorio brasileño, a cambio de los últimos momentos del viejo régimen. Finalmente (como dijimos antes), el proceso norteamericano es más conservador que revolucionario.

Para concluir, podemos afirmar que existe un factor común entre cada uno de los procesos insurrectos analizados, y tiene que ver con que no obedecen a una larga maduración ideológica, ni son consecuencia de doctrinas particulares. Cada uno de ellos es originado a partir de situaciones particulares, y de afecciones a intereses continentales, aunque en algunos casos funcionales al nuevo equilibrio de poder mundial.

3. Contexto internacional.

Es menester aclarar, que la situación en Europa aceleró esta propensión a la emancipación de las colonias americanas. El triunfo de la Revolución Francesa y el nuevo gobierno de Napoleón Bonaparte detonaron (sin quererlo y por caminos divergentes) en los procesos de independencia en Haití, Brasil y el continente hispanoamericano. Algunos autores, sostienen incluso, que de no ser por la ocupación napoleónica, los imperios hubieran durado largo tiempo más.

El aumento demográfico en la península ibérica, las mejoras en las condiciones de navegación, la fantástica prosperidad coyuntural de fines del siglo XVIII experimentada en América mucho más que en Europa, favorecen a un notable aumento de emigración europea hacia horizontes más prósperos. Este es otro de los factores determinantes de las tensiones entre criollos y peninsulares, ya que existía en los americanos un sentimiento de “invasión”, además, en su mayoría, se trataba de una emigración del sector terciario, al que le resulta difícil integrarse.

La participación de España en las corrientes utilitaristas del siglo XVIII es tardía (aunque vigorosa), en consecuencia lo es la adopción de estas ideas económicas en América.

Para finales del siglo, España y Portugal ya no eran imperios ricos (a pesar de la explotación de recursos de sus colonias desde los comienzos de la conquista), sus economías eran predominantemente agrarias y de subsistencia. Para este momento, Inglaterra poseía una poderosa industria textil y metalúrgica (hierro y acero). Además, los reinos ibéricos tenían grandes deudas con banqueros ingleses, franceses y de otros países, lo que afectaba sus políticas internas y externas.

4. Conclusión.

La caída del viejo régimen, representa el inicio de la consolidación de las burguesías americanas en el poder, bajo las banderas de la libertad, igualdad y fraternidad nos emancipamos de las antiguas metrópolis, aunque como consecuencia directa de un determinado momento histórico, más que de un heroico sentimiento nacionalista, ya que para entonces tales ideales no habitaban el suelo americano (aunque durante mucho tiempo nos enseñaran lo contrario).

Es así como somos introducidos en un nuevo esquema de dominación; el poder es como la energía, no se destruye, se transforma: y es ahora cuando cambia de manos. La flamante “América independiente” sigue siendo pieza fundamental de un mecanismo ajeno a su propia voluntad, y es ése germen el que ha condicionado históricamente el proceso de construcción de la fisonomía de nuestros pueblos.

Eduardo Galeano expresa esta nueva realidad en sus Venas Abiertas: “De la misma manera que la plata de Potosí rebotaba en el suelo de España, el oro de Minas Gerais sólo pasaba en tránsito por Portugal. La metrópoli se convirtió en simple intermediaria.”

La nueva coyuntura política internacional, los pasos en falso de las administraciones de las antiguas potencias y la correcta lectura realizada por algunos países acerca de los nuevos paradigmas que, a posteriori se iban a transformar en aspectos medulares del nuevo régimen, hicieron que el ocaso de una degastada estructura de impotencia, permitiera el amanecer de un nuevo imperio.




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